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Sinners: El blues como Apocalipsis Encarnando

Sinners: El blues como Apocalipsis Encarnando

En el corazón del sur segregado de los años treinta, donde el polvo del Misissipi se mezcla con el duelo y la música, Ryan Coogler nos entrega Sinners, una película que no solo narra, sino que profetiza. Lo que parece un thriller de vampiros se muestra como una liturgia escatológica: una meditación sobre el fin de los tiempos, la lucha entre el bien y el mal, y la posibilidad de una nueva creación. Coogler, dolido por la muerte de su tío James – quien le enseño que el blues no era música de “viejos negros y blancos”, sino raíz y ritual – convierte el duelo en arte, y en ese arte vemos teología.

La historia sigue a Smoke y Stack, gemelos afroamericanos interpretados por Michael B. Jordan, que regresan al sur para abrir una cantina de blues que se convierte en templo profano y campo de batalla. Para Coogler Los gemelos representan dualidad: Smoke es más reservado y espiritual, mientras Stack es extrovertido. Su presencia anticipa una batalla ancestral, ¿acaso un eco de los dos testigos de Apocalipsis 11? Allí, entre música y espíritus invocados, se libra una guerra contra vampiros que no solo chupan sangre, sino memoria, cultura y esperanza. El horror no es solo sobrenatural: es histórico, racial, espiritual.

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La película nos recuerda al Apocalipsis bíblico, ese libro que habla de tribulación, Anticristo, Armagedón y nueva creación. Pero con Coogler, vemos una interpretación desde la experiencia afroamericana, desde el dolor de quienes fueron esclavizados, segregados y silenciados. La gran tribulación – ese tiempo de aflicción que purifica a los fieles (Apocalipsis 7:14) – se encarna en el sur profundo, donde el racismo, la pobreza y la guerra han dejado cicatrices. El blues, entonces, no es solo música: es ritual de duelo, herramienta de resistencia, canto que lava las vestiduras en la sangre del Cordero.

Sammie, el pastorcito músico, se convierte en figura mesiánica. Su guitarra, al principio despreciada por el legalismo cristiano, se transforma en símbolo de redención. En sus manos, el arte pagano se vuelve sacramento. Coogler filma sus escenas con expresionismo alemán: claroscuros que evocan la lucha cósmica. La narrativa la divide en dos: encuadres amplios para lo trascendente y panorámicos para lo humano. Cada nota de blues es una herida abierta, cada riff una oración.

Los vampiros, por su parte, no son monstruos genéricos. Son metáforas del anticristo (Apocalipsis 13), del sistema que oprime, manipula y se disfraza de salvador. Remmick, su líder, representa al opresor blanco que se apropia de la cultura afro mientras desprecia a sus creadores. El engaño vampírico es cultural, político, espiritual. Es el pecado estructural que se disfraza de progreso.

La cantina se convierte en templo, en espacio litúrgico donde se invocan ancestros y se enfrentan demonios. La batalla final – el Armagedón (Apocalipsis 16:16) – ocurre en una noche de música y sangre, donde los hermanos lucharán contra el Ku Klux Klan y contra sí mismos. Uno muere, otro es mordido, pero ambos se redimen en el perdón. La Luz divina irrumpe, y los vampiros – como Caín errante, como dragón apocalíptico – son derrotados. La guitarra rota sobre el cuerpo del enemigo se convierte en símbolo de creación y destrucción, de arte que vence al mal.

Críticos como A.A. Dowd ven en Sinners una fábula visceral, imperfecta y profundamente significativa. Gleiberman elogia su “estilo trascendental”, mientras Sadat la acusa de querer ser profundo pero que lo hace notar demasiado. Pero más allá de las opiniones, la película se sostiene como testimonio: un acto de fe en el poder del arte para redimir, en la comunidad como refugio, en la memoria como resistencia.

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La nueva creación (Apocalipsis 21-22) llega al final, no como utopía limpia, sino como promesa encarnada. Sammie reconstruye su guitarra, Stack de forma alegórica es redimido, y el blues persiste. Coogler agradece a las audiencias por ver redención en medio del caos. La película no cierra con respuestas, sino con anuncio:

El legado no es lo que dejas atrás – sino con quién te relacionas

En este sentido, Sinners no es solo cine: es escatología afroamericana, arte que canta desde la herida. Como en el Apocalipsis, el mal es derrotado, pero no sin lucha. La tribulación purifica, el Anticristo engaña, el Armagedón consume, y la nueva creación irrumpe como canto de blues en la encrucijada. Coogler, nos invita a mirar el horror no como espectáculo, sino como espejo. Y en ese espejo, vemos que el reino ya ha comenzado, que la luz brilla en la oscuridad, y que el arte – cuando es fiel a la memoria – puede ser misterio teológico.

Bibliografía para consultar:

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